Adolescentes tras las rejas: el camino fácil
El congreso de la república ha aprobado el proyecto de ley que permite juzgar como adultos a adolescentes de 16 y 17 años por delitos graves. Es una ley que el ejecutivo debe observar porque incumple el compromiso suscrito por el estado peruano en 1990 al haber ratificado la Convención sobre los Derechos del Niño.
El tema no es nuevo, autoridades adultas de baja legitimidad y/o ignorantes de las implicancias y responsabilidades de un estado garante de los derechos de las niñeces y adolescentes, persiguen a los más débiles de la cadena de mando de las organizaciones criminales y decretan que cuando los adolescentes infringen la ley penal dejan de ser adolescentes y se convierten en adultos: “Ya no son niños son delincuentes” vociferó un congresista. Pero analicemos desde nuestra propia experiencia qué pensamiento respalda este proyecto y por qué tiene cierta aceptación popular.
Cuando éramos niños o adolescentes recordaremos las tensiones generacionales, sentíamos que los adultos no nos escuchaban, no comprendían nuestros deseos o no cumplían nuestras demandas, se esperaba de nosotros el silencio, bajar la cabeza y la ciega obediencia al adulto que siempre sabía lo que era mejor para nosotros (bien sabemos que no siempre es así). Los conflictos podían contenerse de alguna forma, negociábamos, aceptábamos el castigo o simplemente le sacábamos la vuelta asumiendo las consecuencias. Esto no es lo común en todos los hogares, a veces no están los padres, están ocupados ganándose la vida, viven al margen de la ley, pasan gran parte de su tiempo alcoholizados o drogados o no existen. En esos casos las niñas y niños, crecen sin acompañamiento, en medio de valores distorsionados, con poca atención y perdiendo interés en la escuela, en la familia y sumergiéndose en un entorno que compensa el sentimiento de abandono, la falta de reconocimiento y de cariño. Suelen ser niños, niñas y adolescentes que viven en calle, en barrios periféricos, de bajos quintiles socioeconómicos y en alto riesgo.
Las bandas criminales reconocen muy bien a las presas fáciles y no tardan en ofrecerles regalos, ropa, zapatillas, comida, dinero, alcohol, drogas, celulares, tabletas, armas blancas y luego armas de fuego y explosivos. Una vez captados y acogidos en un grupo humano que parece interesarse por ellas y ellos, tendrán que retribuir con lealtad y obediencia ciega, caso contrario la banda puede herirlos o matarlos, a ellos o a sus familiares.
Entonces que hoy haya niñas, niños y adolescentes cometiendo delitos graves obedece a: 1) La situación de riesgo y abandono en la que se encuentran miles de niñas, niños y adolescentes en sus propios hogares; 2) La proliferación de bandas criminales; 3) La violencia y la corrupción generalizada; y 4) La limitada intervención del estado para proteger y ofrecer a las niñeces y adolescencias en riesgo todas las oportunidades para que no terminen envueltos en la criminalidad. Si esta es la realidad de un sector infantil y adolescente ¿Por qué se les considera imputables si más bien son víctimas de una sociedad y un sistema inhumano? Un puñado de congresistas sin legitimidad decidió que al cometer delitos no son más adolescentes, son adultos delincuentes y había que tratarlos como tales porque ese es el camino fácil, más fácil que invertir en el sistema de prevención y protección de las niñeces y adolescencias en alto riesgo, más fácil que asegurar que no interrumpan sus estudios escolares, más fácil que desarrollar una estrategia que enfrente con inteligencia la criminalidad, más fácil que brindarles oportunidades para salir adelante.
Hoy, somos ciudadanos que caminan con miedo en la calle, pueden matarnos mientras viajamos en el transporte público, dispararnos por un celular, secuestrar a nuestra hija, ser víctimas de extorsión, etc. Pero el miedo no debe impedirnos comprender que las infracciones e incluso los delitos graves que puedan cometer adolescentes no los convierte en adultos, siguen siendo adolescentes con un cerebro en desarrollo, con 60 o 70 años por delante para cambiar el rumbo de sus vidas, se trata finalmente de adolescentes a los que se les negó la oportunidad de vivir siendo amados, respetados y apoyados. Convertirlos en adultos a la fuerza y que cumplan condenas en cárceles de adultos solo facilita su camino hacia una graduación temprana como delincuente consumado y de eso no habrá vuelta atrás.