Pedro Castillo Terrones es maestro de una Escuela Rural primaria multigrado que cuenta con 43 estudiantes, la única escuela del Centro Poblado de Puña - distrito de Tacabamba – Chota. Allí nació, creció y estudió la primaria el hoy candidato a la Presidencia del Perú en este año del bicentenario de la fundación de la república, desde entonces gobernada por militares, oligarcas y pillos en dictaduras e incluso en democracias instituidas (salvo unas pocas excepciones). La candidatura del maestro Castillo podría significar un hito de la política nacional, un giro inesperado a lo de siempre y por eso el pueblo le ha dado su respaldo mayoritario en primera vuelta y es altamente probable que sea el presidente del bicentenario.

Mientras las campañas demoledoras hacen su efecto sembrando el miedo al comunismo, desacreditando al candidato y favoreciendo obscenamente a la candidata Keiko Fujimori, se desdeña y culpa implícitamente de la “desgracia” al pobre, a la mujer y al hombre rural, al hablante del castellano andino, al maestro de las pequeñas localidades, al líder social, a los de piel oscura, a los que estudian en las escuelas públicas, porque les guste o no Pedro Castillo representa toda esa base social que se percibe amenazante al status quo y cuando no, prescindibles. Quedó expuesta al sol la incapacidad de sus opositores “democráticos” por aceptar un candidato distinto a los que nos han gobernado por siempre, porque es un nadie, es un otro. Son tan agresivas dichas campañas hasta el punto que muchos que no se sienten representados por Castillo empiezan a sentir repugnancia por esos discursos que solo acentúan las más amplias desigualdades y el racismo.

La candidatura de Pedro Castillo es alternativa, es el otro o el nadie venido de las periferias periféricas, de un pequeño pueblo de alrededor de 100 familias ¿Se puede imaginar cómo se ve el Perú desde Puña? De hecho, no puede ser la misma mirada que desde las ciudades capitales, esas miradas hegemonizantes que asumimos correctas, verdaderas, doctas y acertadas pero que a veces sólo encubren el ego y la autosuficiencia de un puñado de intelectuales, políticos y analistas que censuran y minimizan otras miradas, otras maneras de ver el Perú, de entenderlo, de sentirlo, de construir propuestas. Imagino que pensar el Perú desde Puña es otra cosa, es con la piel de las mujeres y hombres del campo que aman su tierra y sus animales, es desde el aula multigrado de la escuela pública, desde la asamblea como instancia de gobernanza comunal, desde la justicia que imparten los ronderos, desde la espiritualidad del andino. Es en definitiva otra perspectiva que no estamos valorando.

Pero no solo hay una incapacidad para valorar estas otras miradas, sino que se invisibilizan, se niegan o se subalternizan, porque se aprecian como no legítimas ni viables en el país donde estamos llevando a la segunda vuelta a una candidata de probados vínculos con la corrupción, virus instalado en la médula del sistema político y que se resguarda y prolifera en el modelo capitalista neoliberal al que empezamos a conocer y comprender por su letalidad. Cuando nos damos cuenta que las promesas del capitalismo no se cumplen, cuando nos damos cuenta que nuestras aspiraciones están en las antípodas de la realidad, que estudiar en una escuela pública no nos da la educación que merecemos, que trabajando 14 horas al día no se asegura el sustento de la familia, que podemos morir en la puerta de un hospital, que la minería no trae progreso, que dejamos el campo por las puras y un largo etcétera….entonces no es difícil asumir la necesidad de un cambio profundo en el país.

A mi juicio, lo que está en juego centralmente en la segunda vuelta no es la disputa de proyectos ideológicos, planes de gobierno, equipos técnicos o el hecho que los candidatos sean una mujer y un varón, lo que está en juego es la posibilidad de cambiar el curso de la historia, de propiciar un cambio epocal, de derribar viejos paradigmas arraigados en la herencia colonial y dejarnos representar por un hombre procedente del campo olvidado, relegado y amenazado por las industrias extractivas; por un profesor de escuela pública, la profesión menos valorada; por un líder sindical en un país donde serlo se aprecia como labor de ociosos y aprovechados; por un provinciano de castellano andino, que los más ignorantes consideran mal hablar; por un peruano de Puña, porque les guste o no Puña también es el Perú.